UNA ILUSIÓN COMPARTIDA
Bajo el proyecto de una bodega estrictamente familiar se esconde la ilusión por la viña y el vino compartida por José Manuel Rodríguez y su esposa Paula González Baquet.
Es un proyecto largamente acariciado pero todavía en fase de desarrollo que ahora, a las dificultades siempre inevitables de cualquier tentativa vitivinícola, añade las de una vendimia desastrosa como no se recuerda en la zona de producción del sur de la provincia. Carralus es una de las últimas bodegas adscritas a la Denominación de Origen Tierra de León y lleva el sello de ésta a un municipio, el de Chozas de Abajo, que recupera representación y a un pueblo, Méizara, que apenas conserva unas cuantas cepas más y el testimonio más visible y entrañable de las tradicionales bodegas, algunas bien conservadas y readaptadas a los nuevos usos como merenderos, en las que se pisaba uva —aquel infame híbrido— y fermentaba vino sólo para el consumo de las familias.
Carralus nace de otra idea y de otras inquietudes. José Manuel Rodríguez, un ingeniero de minas que llevó a cabo toda su actividad laboral en Asturias, y cuyo vínculo con Méizara le llega por la rama materna, no conoció a su abuelo, que sí llegó a desarrollar cierta actividad comercial en torno al vino, pero siempre vivió bajo la inquietud de un guión genético que acabó atrapándolo. En 2004 compró una viña de dos hectáreas plantada tres años antes en Palacios de Fontecha con varas de Prieto Picudo Tempranillo. Ese mismo año plantó otras tres en la finca en la que se ubica la bodega, ya en Méizara. Allí hay Godello y Prieto Picudo a partes iguales sobre un terreno envidiable: una tortuosa capa de piedra y canto rodado sobre otra de arcilla y arena de fondo, ligera inclinación sobre orientación oeste-noroeste y 880 metros de altitud. En definitiva, condiciones idóneas para perfilar el carácter y la madurez de la uva: fuerte contraste térmico por la altitud, buen drenaje, garantía de sanidad y, seguro, la más alta calidad de la fruta, porque además el laboreo excluye herbicidas y sistémicos y sólo se usan abonos naturales.
Carralus —la bodega toma el nombre del mote del abuelo— sólo ha hecho tres elaboraciones, ya a partir de la vendimia 2014 y con un reparto cuantitativo equilibrado entre rosado y tinto con media y larga crianza. La idea de cara al futuro es que el 80% de la producción sea de tinto, porque ese es el gusto de los autores, pero se apunta a la más alta calidad posible. Desde luego, medios técnicos no faltan —buenos equipos y troncocónicos de acero de 6.000 litros— y la dotación de roble en la cava es de la mejor selección.
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